“Ante afirmaciones extraordinarias, deben exigirse pruebas extraordinarias” (Carl Sagan; la cita no es exacta, pero es bastante aproximada y resulta oportuna).
Pues no, la homeopatía no funciona. Se trata de una pseudociencia; es decir, una doctrina que pretende pasar por científica sin cumplir ninguno de los requisitos exigidos por el método científico. Más exactamente, es una pseudomedicina; en este caso, una terapia completamente falaz, como otras que mencionaremos al final de este escrito. En una palabra: una superchería.
Partiendo de la caracterización general de las pseudociencias y las pseudotecnologías que el eminente filósofo de la ciencia Mario Bunge hizo en su excelente libro Seudociencia e ideología (Alianza Universidad, 1985), intentaremos aplicar una versión resumida de esta descripción a la homeopatía. Ésta cumple las siguientes características, propias de dichas falsificaciones:
1. Contar con una comunidades de creyentes y practicantes (no de investigadores). La industria homeopática gasta mucho menos dinero en investigación que la industria farmacológica científica, puesto que, como consecuencia de la presión de las empresas que los fabrican, para la venta de productos homeopáticos no se exige haber demostrado su eficacia. Sus practicantes y creyentes actúan con una fe muchas veces inmune a los argumentos racionales. Las “investigaciones” que realizan los partidarios de la homeopatía suelen ser sobre todo las basadas en estudios patogenéticos, es decir, en averiguar los efectos producidos por diversas sustancias en individuos sanos para tratar de relacionarlos por su similitud con los síntomas de una persona enferma a fin de aplicar el principio homeopático de la similitud; no obstante, el origen de muchos “medicamentos” homeopáticos se basa únicamente en la tradición.
2. Basarse en una ontología que admite la violación de leyes naturales, o bien la existencia de entes o procesos inmateriales. La homeopatía viola las leyes de la física, la química y la biología, y se basa en procesos no materiales: “energías” y “fuerzas” vitales, “armonía” o “desequilibrio” en la “energía vital”, “memoria del agua”, etc. Un medicamento homeopático típico está tan diluido que consiste esencialmente en agua prácticamente pura, sin apenas rastro de la sustancia original (o sin ninguna molécula de la misma, en muchas de las disoluciones que emplean los homeópatas); el agua pura no puede tener los efectos curativos que se les suponen a los medicamentos homeopáticos, contrariamente a que sucede con los medicamentos científicos, que se basan en procesos químicos comprobados experimentalmente. El principio homeopático de la similitud (curación por lo semejante) es contrario a las leyes de la bioquímica.
3. Una gnoseología que admite argumentos de autoridad o maneras paranormales de conocimiento. La homeopatía se basa en la “autoridad” de un solo personaje (Samuel Friedrich Hahnemann, 1775-1843), cuyas teorías se basaban en los principios anteriores al pleno desarrollo del conocimiento médico científico, en una época en que la práctica sanitaria consistía en poco más que la aplicación de purgas, sangrías y la administración de sustancias altamente tóxicas. Los dogmas de Hahnemann no han sido analizados y revisados a la luz de los conocimientos modernos, y los homeópatas actuales hacen caso omiso de todos los avances en química, biología, farmacología, cirugía, etc., que son la base de las técnicas curativas de la medicina científica moderna.
4. Un fondo de conocimientos pobre, estancado, con hipótesis incontrastables o incompatibles con las ciencias y métodos injustificables y ajenos al método científico. La homeopatía prácticamente no ha evolucionado desde sus orígenes, y se basa en hipótesis incontrastables, como el principio de la similitud, según la cual sustancias que producen efectos similares a los síntomas de ciertas enfermedades curan dichos síntomas si están suficientemente diluidas (similia similibus curantur), y el principio de las disoluciones infinitesimales, según el cual disolviendo el principio activo de forma que sólo quede de él una cantidad infinitesimal en la disolución se reduce la toxicidad de la sustancia pero se aumenta su poder curativo. Ambas hipótesis no han sido comprobadas mediante el método científico, y, como hemos indicado anteriormente, son incompatibles con los conocimientos científicos firmemente establecidos por la física, la química y la biología.
El principio homeopático de la similitud no es equiparable al mecanismo de la vacunación, pues en éste una pequeña cantidad de bacterias inocuas estimulan los mecanismos biológicos inmunológicos produciendo anticuerpos específicos que sirven como prevención (no como curación) de una enfermedad determinada, mientras que en la hipótesis homeopática las sustancias actúan supuestamente según mecanismos desconocidos produciendo efectos que casualmente se parecen a los síntomas de la enfermedad, pero no están necesariamente relacionados con la misma; desde luego, diluyendo la sustancia activa se reducen los efectos nocivos de ésta en un individuo sano, pero la “deducción” de que esta disolución puede curar los síntomas de un enfermo supone un salto injustificable para el razonamiento lógico: se confunde “menos perjudicial” con “más beneficioso”.
Además, la homeopatía pretende atender o curar a los síntomas de las enfermedades, sin preocuparse por las causas de ésta; por tanto, la homeopatía no tiene en cuenta la relación entre causa y efecto, fundamental en el razonamiento lógico y en cualquier actividad científica.
Respecto a la hipótesis de las disoluciones infinitesimales, recientemente se ha pretendido basar en la supuesta “memoria del agua”, según la cual el agua conserva la memoria de las sustancias que ha contenido en disolución, pero de una manera misteriosa y mágica, puesto que la sustancia disuelta transmitiría al disolvente sólo sus efectos curativos pero no sus efectos tóxicos. Los únicos experimentos que parecían demostrar algo relacionado con dicha hipótesis (los de Benveniste, publicados en 1988) fueron realizados por investigadores financiados por una famosa empresa homeopática, y no han sido confirmados por investigadores independientes.
Otra de las pretensiones de la homeopatía es la de que atiende al enfermo de manera holística, personalizada, a diferencia de la medicina “alopática”, que sólo trata las enfermedades aisladamente sin tener en cuenta la globalidad del enfermo. Sobre esto, es necesario aclarar que la medicina científica trata la enfermedad, en efecto, pero procurando personalizar al máximo el tratamiento. La concepción exclusivamente holística de la homeopatía es incompatible con la epistemología más adecuada para las ciencias (el reduccionismo sistémico), que, en el caso de la medicina, considera al ser humano como un sistema global con propiedades y características que son mucho más que la suma de las partes, y como tal debe ser considerado y tratado; pero el funcionamiento del organismo y las anomalías del mismo no se pueden comprender sin un análisis de sus partes (órganos y sistemas orgánicos, tejidos...) y la relación entre éstas, análisis que incumbe a la anatomía, la fisiología, etc. y que homeopatía y las pseudomedicinas en general ignoran.
5. Unos procedimientos metódicos que incluyen técnicas infundadas o de eficacia no comprobada. Ninguno de los medicamentos homeopáticos ha demostrado tener una eficacia que vaya más allá del efecto placebo. A pesar de que muchos de ellos se venden en farmacias gracias al vacío legislativo existente, ninguno ha sido aprobado por la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios.
Argumentos paralelos se pueden utilizar respecto a otras pseudomedicinas (mal llamadas medicinas alternativas: no hay ningún método de curación eficaz, comprobado mediante ensayos clínicos rigurosos, que sea “alternativo” a la medicina científica, pues, por definición, si fuera eficaz sería incluido en ella), como la acupuntura, la osteopatía (que no tiene nada que ver con la especialidad médica o de enfermería llamada fisioterapia), la reflexología o reflexoterapia, el quiromasaje (no confundir con el masaje terapéutico a cargo de un fisoterapeuta profesional titulado académicamente), la quiropráctica, la naturopatía (no confundir con el uso tradicional de plantas o hierbas medicinales que contienen los principios activos de determinados medicamentos, pero con una concentración y eficacia menor que en éstos), el psicoanálisis (no confundir con la psicología científica moderna, sobre todo la basada en la neurociencia, y con la psiquiatría médica), la macrobiótica (no confundir con la dietética, estudio científico cuyo objetivo es una alimentación sana), la magnetoterapia (uso de “pulseras mágicas”), la frenología (no confundir con pisar el freno oportunamente cuando se divisa un obstáculo), las medicinas tradicionales china o de la cultura que sea (claro está, tomadas en bloque y aceptando sus presupuestos filosóficos como creencia de manera acrítica, sin tener en cuenta que se trata de saberes precientíficos, que a veces aciertan pero que muchas veces fallan, como todo tipo de “remedios de la abuela”) y las diversas formas de milagrería, curanderismo y santería. Alguna de ellas puede que tenga casualmente alguna vez algún tipo de efecto paliativo beneficioso, sobre todo basado en el efecto placebo, pero este efecto no tiene nada que ver con los principios e hipótesis en que se basan estas pseudomedicinas, totalmente incompatibles con el conocimiento científico y carecen de las propiedades curativas maravillosos que pretenden tener; la mayoría son pura charlatanería. Para cualquier creyente en alguna de estas “disciplinas”, le recomiendo que haga una simple búsqueda por Internet y compruebe si los principios que subyacen en ellas concuerdan con sus conocimientos en ciencias o con la propia lógica y el sentido común.
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